Los orígenes de La Paloma

En el número 27 de la calle del Tigre está la entrada a la sala de baile La Paloma. Su aspecto exterior es el propio de de una nave industrial, pues La Paloma ocupa el local que en su momento perteneció a la fundición Comas, donde siempre se ha dicho que se fundió la famosa estatua de Colón de Barcelona.

 

En el año 1903, tres amigos fundaron este salón de baile y lo bautizaron con el nombre que ha perdurado hasta ahora. No fueron muy imaginativos, porque una de las calles que limita el edificio se llama así, y son vecinas la calle del Tigre y del León. Parece ser que el origen de estos tres nombres se encuentra en los nombres de los tres perros que tenía el vigilante de los huertos que hubo allí.

 

Conviene saber que en esos tiempos La Paloma era un territorio de chulos y valientes, de granujas y perdonavidas. En las peleas, que podían ser tanto revanchas del barrio como desafíos causados por los celos, nadie osaba intervenir, ni siquiera la policía. Ni que decir tiene que la navaja salía a la luz cuando alguien les aguantaba la mirada, si antes no conseguían dejarle la cara como un mapa o propinarle el vulgar puntapié en los cojones.

 

La sala de baile no marchaba demasiado bien, y en el año 1907, Jaume Daura, que era el suministrador de las bebidas, se convirtió en el único dueño del local a cambio de todo lo que le debían sus socios fundadores. Un buen día, Ramón Daura, que acababa de cumplir quince años prometedores, le propuso a su padre que le permitiera llevar aquel negocio, y que intentaría convertirlo en un establecimiento caracteritzado por la seriedad.

 

Pronto se pudo ver que Ramón era un chico despierto y emprendedor. Le bastó con reclutar a unos cuantos camareros fornidos y valientes, y en sólo veinticuatro horas, dejaron el local limpio de clientes indeseables, hasta el punto de que la policía de la época quedó tan impresionada por aquella demostración, que de inmediato fue a presentarle sus respetos.

 

Desde entonces, La Paloma se convirtió en sinónimo de orden y cordura, hasta tal extremo que, en los tiempos franquistas, había un personaje empleado de la casa al que llamaban la Moral, que se paseaba por la pista y, con ojos vigilantes y cara de pocos amigos, tenía por misión impedir que las parejas se arrimaran demasiado, que las mujeres bailasen entre ellas u otras demostraciones pecaminosas.

Inspirada en Versalles

El 1915 Ramón Daura se fue a París y volvió con aires renovadores. Encargó a Salvador Alarma, escenógrafo del Gran Teatro del Liceo, y a Miquel Moragas, un reputado pintor de la época, el proyecto de las telas que todavía hoy ornamentan el techo y evocan escenas de diferentes tipos de baile: el popular, el minueto aristocrático, el de sociedad y el baile de máscaras.

 

Pero fue Manuel Mestres quien, el año 1919, le propuso a Daura hacer su particular versión del Salón de los Espejos de Versalles: decoró la Sala con relieves y dorados, molduras en forma de guirnaldas, liras y toda clase de motivos vegetales, fondos de color vainilla, vidrios policromados y traslúcidos, una tribuna con dos musas a cada lado donde la orquestra se encaramaba a tocar, y al fin, la famosa lámpara de techo en medio, una luz de talla con tres coronas de brazos superpuestos, digna de un plató de Hollywood.

 

Bajo la luz de las sugestivas bombillas rojas de 40W, a los lados de la pista aparecieron las entrañables mesas redondas de mármol. En definitiva, La Paloma tiene el perfume y la atmosfera de una Barcelona de otros tiempos que, gracias al amor de Daura y a la ejemplar labor de sus actuales propietarios, ha llegado intacta hasta nuestros días.

Camino de los 120 años

En La Paloma se filman con frecuencia anuncios y escenas de películas y se hacen actividades de todo tipo: conciertos, fiestas y banquetes, presentaciones, actos culturales, desfiles de moda, obras de teatro…, pero son sobretodo sus conocidas sesiones de baile con orquestra por las tardes y las noches, lo que sigue atrayendo a tantas generaciones distintas de bailarines de mambo, bolero, tango, rumba, paso-doble, chachachá… y también de los ritmos más modernos.

 

Todos ellos pertenecen a una fiel y divertida clientela que desde hace muchos años acude a bailar a La Paloma y que ha dado lugar a una auténtica galería de personajes que ya son parte de la historia del local: la Artista, la Alcaldessa, el Tigre, el Sheriff, el Tarzán…, són algunos de los nombres que habitarán para siempre en su interior. La Paloma es una auténtica institución de la Barcelona inmortal.

 

Texto: Lluís Permanyer
“Establiments i negocis que han fet història”

Ilustraciones: Francesc Artigau